El orgullo injustificado, en algunas personas, es muchas veces   pretexto para ocultar carencias y simular lo contrario. Pero el orgullo de la obra bien realizada y la obligación cumplida, de lo conseguido con esfuerzo, es uno de los motores que mueven al mundo.

La industria automovilística en Francia es hasta tal punto motivo de orgullo para los franceses, que al menos el ochenta por ciento de los automóviles que circulan es este país, son marcas francesas y son conducidos tanto por los más significados políticos como por el más modesto granjero.

En España, a falta de un modelo totalmente español, fabricamos automóviles de diversas marcas y, en la actualidad podemos decir que las fábricas españolas producen y exportan miles de vehículos de patente extranjera a todo el mundo siendo ésta una de las mayores fuentes de ingresos para la Hacienda española.

Sin embargo, no creo que exista otro país en el mundo, salvo la propia Alemania, en donde circulen más modelos Mercedes, BMW, Porsche y Audi, todos importados.

Esta costumbre de preferir lo foráneo comenzó a raíz del final de la guerra civil. Conseguir importar un coche si no se tenía influencia con el ministro de Industria, Manuel Arburúa, era de todo punto imposible y muchos de los que lo lograban los revendían a precios exorbitantes.

Por aquellos años, los toreros que hacían las américas importaban espectaculares “haigas” norteamericanos. Una finca en Extremadura y un “haiga”, era el sueño de los más famosos matadores de toros. Yo conduje, durante algún tiempo por cuenta ajena, un Cadillac automático del 54 que había sido de Jumillano, un famoso torero de aquella época.

Muchos años más tarde, cuando SEAT, después de mucho esperar te concedía un coche como un favor, lo sé por experiencia propia, Renault se posicionó en España, y poco a poco, con una política inteligente de futuro, pasó de las 100.000 unidades año a superar a SEAT en pleno declive.

Cuando comenzó la burbuja inmobiliaria en la que un cantero, un albañil, o un avispado concejal adquiría un terreno agrícola y lograba convertir en edificable, el primer signo externo de la fortuna lograda de forma meteórica era pasearse en un flamante Mercedes.

A partir de entonces, parece que no se es nadie, empezando por el gobierno, si no se dispone de un Audi, un Mercedes, o un BMW. Algo que ni en los países más ricos de Europa pueden permitirse.

España es diferente, como los jubilados de los tercios de Flandes a los que el rey no pagaba, que escondían su miseria aparentado, orgullosos, lo que no tenían.