Pero no todos los cuerpos tienen el centro de gravedad en su interior, siendo el «anillo» el más claro ejemplo. Esta figura es interesante en todas sus variantes, ya que muchos componentes de la bicicleta o ciclomotor adoptan esa forma geométrica: ruedas, tambores de freno, engranajes, etc.

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Llegados a este punto, podemos responder a la pregunta de por qué nos cuesta aprender a manejar una bicicleta o una moto. En particular la bicicleta cuando somos niños.

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Pensemos en una bicicleta, como es estrecha y alta, su centro de gravedad tendrá también una posición elevada. En pie, recta, sobre sus neumáticos y sin ciclista, la tendencia natural de la bicicleta es la de caer sobre un costado. Si colocamos un aprendiz de ciclista encima, el centro de gravedad subirá aún más y los defectos de coordinación de los pies sobre los pedales, harán que nos apartemos de la verticalidad que mantiene la flecha dentro de la sombra, que es escasa.

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Lo primero que notamos cuando estamos aprendiendo, es que si nos dan un pequeño impulso, parece más fácil y a partir de cierta velocidad, tenemos que volver a poner los pies en el suelo para no caernos. Esto se debe a la propiedad que tienen las fuerzas de poder sumarse, dando como resultado una fuerza «global» que resume a las demás.

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Para comprender mejor cómo se produce este resultado, diremos: la bicicleta parada, está sometida a un sistema de fuerzas en equilibrio; el peso, dirigido hacia el centro de la Tierra y la reacción de ésta sobre ambos neumáticos.

Para que se mueva, hay que vencer primero su inercia y después el rozamiento aplicándole un impulso, ese empujón es el que nos permite avanzar los primeros metros. Si el empujón es débil, las fuerzas descritas son iguales, permanecen en equilibrio y la bicicleta no se mueve. Si el empujón es lo suficientemente enérgico, la suma total arrojará su resultado a favor del impulso y empezaremos a movernos.

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Si a este primer impulso «ajeno» recibido, gracias a la ayuda de otra persona, le añadimos las vacilantes y desiguales pedaladas (fuerzas), que damos a continuación, conseguimos una fuerza «suma», que añadida al empujón, permite nuestro avance hasta que la pérdida de control de esas fuerzas, debida a nuestra falta de experiencia, nos hace vacilar, poner los pies en el suelo o perder el equilibrio y caernos.

La conclusión y el resumen de todo ello es el siguiente: «aprender a conducir un vehículo de dos ruedas, supone controlar un sistema de fuerzas, cuya suma global dirigimos según nuestros deseos, manteniendo el equilibrio, en cualquier dirección».

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Sin embargo y a pesar de no saber por qué, todos aprendemos finalmente a montar en bicicleta a la más temprana edad y para ello no necesitamos conocer las leyes de la física, ni que las fuerzas que intervienen para mantenernos en equilibrio, pero también eso tiene una explicación.

El organismo posee mecanismos fascinantes. El cerebro, mediante un maravilloso sistema detector alojado en nuestro oído interno, una especie de «nivel» de gran precisión y de dimensiones diminutas, manda a gran velocidad las órdenes a nuestros músculos para que estos realicen las oportunas correcciones, permitiendo que controlemos la horizontalidad y verticalidad de nuestro cuerpo.