Todas las fuerzas que actúan sobre un vehículo son importantes, pero de entre todas ellas, las que podemos llegar a percibir con mayor intensidad son las fuerzas «centrípeta» y «centrífuga».

Cuando ambas fuerzas permanecen en equilibrio al realizar un movimiento circular, es decir, al girar en una curva, el paso por ella se resliza sin sobresaltos, pero cuando el equilibrio se rompe y una de las fuerzas supera al otra, nuestra trayectoria se modifica pudiendo derivar en una salida violenta de la calzada y la eventualidad de un peligroso accidente.

Al hablar del centro de gravedad, hemos mencionado el «anillo» como una forma «especial», al tener aquél, fuera de si mismo. Los anillos y su expresión lineal; «la circunferencia», tienen una especial transcendencia, ya que cuando conducimos cualquier vehículo, cambiamos de dirección mediante giros, curvas… anillos, en una palabra.

Todos, alguna vez, hemos hecho girar una cuerda asiéndola por un extremo y colocando algún objeto pesado en el otro. El efecto producido es un movimiento circular con unas características muy interesantes.

Si pudiéramos fotografiar el movimiento lo suficientemente rápido como para descomponerlo «paso a paso», observaríamos que en cada uno de ellos, el objeto del extremo cambia de dirección.

Recordando el ejemplo del juguete, cuando le dimos el puntapié lo impulsamos hacia delante aplicándole una fuerza y el movimiento, hasta que se vio frenado por la alfombra y el rozamiento, el movimiento fue rectilíneo. Si hubiésemos que modificase su trayectoria, tendríamos que haberle dado otro puntapié que cambiase su trayectoria lateralmente. En otras palabras, tendríamos que haberle aplicado otra fuerza orientada en una dirección distinta.

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Por tanto, para que un cuerpo cambie de dirección, es necesario que reciba una fuerza. Si el objeto de la cuerda cambia constantemente de dirección es por estar recibiendo en cada momento una fuerza que le obliga a hacerlo.

Nuestra sensación mientras giramos la cuerda, es que algo está tirando de nuestra mano como si quisiera escapar de ella, arrastrándonos y haciéndonos girar con ella hacia fuera. Cuando vemos a un lanzador de martillo, parece que va a salir disparado detrás de éste en el momento de soltarlo después de hacerlo girar con fuerza.

Este fenómeno no es otro que la «fuerza centrífuga», que operando desde el centro de giro, (nuestra mano) impulsa el objeto hacia el exterior y esto no sucede porque otra fuerza dirigida en sentido contrario, anula a la anterior, impidiéndolo. Esa otra fuerza «oposición» se llama «centrípeta» y está dirigida «de fuera, hacia adentro». El resultado de la pugna entre ambas fuerzas y el impulso que le hemos dado, es un movimiento circular.

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La conclusión para nosotros, conductores de un vehículo, es que, al abordar una curva, un giro o un cambio de dirección, estaremos sometidos a la acción de las fuerzas centrífuga y centrípeta. Mientras estas dos fuerzas se mantengan en equilibrio, pasaremos por la curva con éxito, en el caso contrario visitaremos al cuneta. Es, por tanto lógico pensar, que cuanto más brusco es el cambio de dirección, más intensa será la fuerza centrífuga.

Cuando hablamos de vehículos, la «cuerda» que nos mantiene sobre la carretera se conoce como «adherencia», que es la propiedad que tienen los neumáticos para permanecer en contacto con el suelo. Si el cambio de dirección es muy brusco, la fuerza ejercida sobre la «cuerda» puede hacer que ésta se rompa. Por esta razón, al abordar curvas, debemos calcular mentalmente, la velocidad adecuada para superarlas sin peligro. Conforme la curva sea más cerrada, menor deberá ser la velocidad de paso por ella.