Una inmensa mayoría de los conductores españoles no sabe conducir.

Así, como suena. Y lo malo es que no hay quién ni donde se les pueda sacar de su ignorancia.

Cuando he visto hoy en televisión las catastróficas consecuencias de un par de accidentes múltiples por alcances, sobre carreteras heladas, no puede dejar de pensar que los actores de tanta chatarra circulaban a una velocidad muy superior a la que permite el hielo, si es que permite alguna.

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Todo puede ocurrir sobre una superficie deslizante: el barro, la calzada mojada, la tierra, la nieve, cuando previsibles, pueden controlarse con más o menos habilidad y prudencia, pero el hielo casi siempre nos deja a merced de las circunstancias y el control del conductor es prácticamente imposible.

Con un neumático de turismo bien inflado y sobre un asfalto moderno, mojado, la adherencia disminuye en un 30%. Sobre alquitrán convencional, en un 40%. Sobre hormigón liso o pintura plástica, un 80%

Sobre un firme helado o nieve compacta, el índice de adherencia de un neumático queda reducido a cero, desaparece.

¿Qué puede hacer un conductor en esta situación?

Muy poco. En primer lugar, reducir la velocidad si es preciso al paso normal de un ser humano. En segundo lugar, permanecer muy atento, perfectamente concentrado, ante la eventualidad casi segura de un repentino patinazo, y si éste empieza a producirse, no caer en la tentación de dar un brusco giro al volante. Tercero, no tocar ni aún levemente el pedal del freno ni el del acelerador. Lo único que os queda por hacer es pisar el embrague a fondo, poner la palanca del cambio en neutral si el cambio es automático, y con un poco de habilidad tratar de orientar el morro del coche hacia un punto de escape que buscaremos con la mirada lo más alejada que nos permita la vía.

Hay ocasiones en las que el empleo del freno con ABS permite frenar si tenemos espacio suficiente al final del deslizamiento para detenernos.

Por supuesto que ninguno de los conductores de los vehículos destrozados que he visto hoy (y casi todos los días, en televisión ), o no tenía ni idea de lo que aquí explico o, simplemente conducía a una velocidad muy superior a la que permitía el estado de la calzada.

Los dos supuestos me parecen posibles en un país como el nuestro en el que más del 50% de los conductores ni siquiera saben para que sirven muchas de las ayudas modernas a la conducción, y los que saben que su vehículo las tiene, se creen a salvo de un accidente aún sin saber utilizarlas ante una emergencia.

La mayoría de los conductores españoles ni siquiera saben frenar con el ABS, o les han dicho que los controles de estabilidad son como el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura; y se olvidan que las leyes de la física no se las saltan ni los más ágiles forcados taurinos portugueses.

Hoy también he escuchado las cifras de conductores que están en prisión por delitos contra el tráfico; hablan de miles, y es muy posible que algunos se lo tengan merecido, pero estoy seguro de que habría muchos menos, si los poderes públicos, el Ministerio del Interior, la DGT, en lugar de perseguirnos, y no siempre con razón, dedicasen su enormes recursos a enseñarnos lo mínimo que debemos conocer para, en muchas situaciones, evitar que nos matemos.

Paco Costas