Creo que el límite debe establecerlo el sentido común. Mi propia madre murió a los 84 años conduciendo un SEAT 600, a pesar de las advertencias que yo, desde hacía tiempo, le venía haciendo sobre sus mermadas facultades. Vivía en un pequeño pueblo de la provincia de Madrid y sus recorridos habituales eran muy cortos: la compra, repostar combustible, pequeños recados…
Cuando iba a visitarla siempre aparecía el mismo tema de conversación: “si me quitan el carné es como si me quitasen la vida” me decía sin ánimo de ceder.
Sé que este dilema afecta a mayores a los que conducir y tener movilidad propia, aunque sea en un pequeño ámbito, es una parte importante en su ilusión por vivir.
Algunas estadísticas acusan a los mayores de provocar accidentes por razón de su edad y se olvidan de que más del ochenta por ciento de los que desgraciadamente se producen son atribuibles a errores de conductores que, por su edad, se supone que están en plena posesión de sus facultades.
En la actualidad, aunque me encuentro comprendido entre los que gradualmente vamos perdiendo las capacidades de reacción necesarias en momentos de riesgo, aún tengo mi primer carné (A1-1954)- que renuevo cuando me toca- hasta la última casilla (DE).
Conducir ha formado una parte muy importante de mi vida profesional y, en la actualidad, de mi tiempo de ocio. Pero ya estoy preparado para que, a la primera señal, cuando se encienda la luz roja, renunciar sin nostalgia y seguir disfrutando de las cosas hermosas que ofrece la vida.
Paco Costas