Eran los últimos años de la década de los cincuenta, Europa todavía humeante, luchaba por recuperar su pulso, cuando hice mi primer viaje importante fuera de España. Tenía 24 o 25 años, iba camino de Roma y una de mis paradas fue Aix-en-Provence.
La carretera nacional pasaba por el centro del pueblo en el que todavía se notaban las carencias que provocó la segunda guerra mundial. En España la situación era todavía peor y conseguir un visado, algo que lograba mi jefe por influencias, era, de otro modo, imposible.
Ayer volví a visitar Aix después de tantos años. El cambio, al igual que en muchas ciudades españolas, ha sido espectacular; no sé si para bien o para mal.
Gente apresurada, como si fuese a tener lugar el fin del mundo, pero mucha abundancia de todo y por todas partes. No me extraña que desde el submundo se jueguen la vida por llegar a esta Europa de floja memoria que estamos viviendo como en un sueño.
La luminosidad de esta ciudad de la Provenza inspiró, sin duda, la pintura impresionista de Cezanne, hijo de esta ciudad.
AÚN HOY NO ACABO DE CREERMELO
Ayer se cumplían 73 años del desembarco de Normandía y la televisión francesa emitió el reportaje más crudo que he visto sobre el desembarco aliado, en el que murieron millares de jóvenes británicos, norteamericanos, polacos y canadiense además de 4.000 civiles franceses.
Churchill, en contra de la opinión norteamericana, no dudó en ordenar el bombardeo como una estrategia necesaria al éxito de la operación.
Creo que repetir lo que fue aquella locura que debía de servirnos de lección, nunca sobrará.
Ver hoy al país más poderoso de la Tierra, que salvó a Europa en dos ocasiones a cambio de la vida de millones de jóvenes norteamericanos, estar en manos de este grotesco y errático Donald Trump, me parece muy preocupante.
La televisión también mostró la entrada de las tropas en París, en la que había luchadores españoles veteranos de la contienda civil de España al mando del general francés Leclerc.
El desfile de la victoria en los Campos Elíseos fue presidido por el general De Gaulle, muy en contra del mando aliado que siempre consideró al general francés un oportunista haciendo cómodamente la Guerra desde Londres.
La escena tenía un significado muy especial para mí. A la izquierda de De Gaulle, estaba el general Omar Bradley, verdadero artífice de la victoria y brazo derecho de Eisenhower, con una cara de disgusto evidente.
En 1959, este general, el más laureado militar norteamericano, visitó Madrid con su esposa, y a mí me tocó el honor de ser su chofer e intérprete durante tres inolvidables días.
Cuando recuerdo algunas de las personas de relieve mundial que he conocido, me palpo la ropa, porque ahora todo me parece irreal, como un sueño.
(continuará)