¡Quien tiene la culpa? Desde luego no los administrados, los que cada mañana madrugan, están en los quirófanos, en las oficinas, en las fábricas, en los pequeños comercios, repartiendo comida gratuita a los millares de españoles que pasan hambre, algo que hacía muchos años no habíamos conocido. O acaso la tienen aquellos humildes ahorradores engañados por la voracidad de los bancos en los que confiaban, o los miles de ciudadanos, casi todos trabajadores, que cada día se ven arrojados de sus casas gracias a una ley totalmente injusta.
En éste país del Lazarillo, mi sabia abuela, la señora “Paca la gallega”, me decía: “hijo mío, media España se levanta todos los días viendo la forma de engañar a la otra media”. Quizás el porcentaje no sea tan alto, pero es evidente que, cuando se tiene el poder y la falsa esperanza de que nunca va a conocerse, la corrupción y la apropiación de lo ajeno es una enfermedad crónica que hemos padecido siempre y que, mucho me temo, seguiremos padeciendo, si una Justicia más justa, no castiga con dureza a tanto ladrón.
Pero quién dijo miedo. Los españoles somos un pueblo ingenioso y valiente, y en otras peores- mucho peores, lo afirmo- nos hemos visto.
En todo caso, y como flaco consuelo, tenemos a los Gasol, a Nadal, a Alonso, y la Roja, para distraer nuestra miseria y, al menos, vivir con ellos sus fugaces momentos de gloria.